miércoles, 1 de febrero de 2012

Aut insanit homo, aut versus facit

Si usted realmente desea ser peronista, entonces mucho más que leer la doctrina de Perón o inflamarse con los discursos de Evita, debe leer El Rey Lear, de W. Shakespeare. De hecho me extraña que la literatura argentina no haya dado ni siquiera una versión decente de ese texto. No porque falten traiciones en nuestra tradición, de todos los motivos y colores las hay; sino porque no hay ningún compendio tan exhaustivo como esa obra y no hay ninguna que entremezcle tanto la política, las ambiciones, el poder, las cercanías y las lealtades.

El peronismo, su práctica, su militancia, es una cuestión profundamente emotiva. Principalmente por el sentido de comunidad que embarga a todos los involucrados, presente en su doctrina misma, pero también porque las lealtades, las cercanías y rechazos se fueron forjando en una disputa permanente. Mucho más quel marxismo, el peronismo hizo de las diferencias sociales un motor. No por la división teórica entre capital y trabajo, sino porque define una pertenencia y un afuera muy claros, profundamente sentidos. Los peronistas por un lado, incluso con sus diferencias internas, que siempre fueron muchas, y los oligarcas y gorilas por otro.

Es el juego de las alianzas y traiciones, de las lealtades proclamadas y escondidas, reales y fingidas, lo que se pone en juego en El Rey Lear. La seducción de los aduladores, las ambiciones desmedidas, las muchas formas de la perfidia; todo el juego de recursos que muestra la historia están presentes, una y otra vez, en cada relato de cada compañero. El sueño gigantesco, incluso desmesurado de un bienestar perpetuo también.

En estos días que la militancia parece haber vuelto a escena, es importante reconocer los muchos modos de la lealtad y cuándo esta es verdadera y cuándo falsa. Hay también que estudiar la diferencia entre la lealtad a una persona, y la lealtad a un ideal.
Y hay que volver a escuchar, prestando atención, otra vez al bufón y al loco.