miércoles, 2 de abril de 2014

Nec spe, nec metu

Sin entrar en la moral, o la ética, siempre es posible valorar un acto en virtud de su eficiencia y su alcance.  Entonces, entendible o no, justificable o no, deseable o no, un linchamiento merece cierta atención en virtud de estos parámetros para establecer con algo de fundamento o al menos darle un par de vueltas en la cabeza a todo el asunto.
Lo que sostengo es que los linchamientos no pueden volverse una metodología eficiente ni eficaz. Veremos entonces qué objetivos persigue, pero por lo pronto esto es lo básico:

Alcance: los linchamientos nunca afectan a ladrones de guante blanco: estafadores millonarios, hijos de comisarios de pueblo o probados canallas de verdadera monta. Ningún gerente de ninguna transnacional, ningún banquero, ningún hijo de un gobernador o narcotraficante han sido linchados. Ni siquiera un pobre remedo de presidente al servicio de los peores intereses económicos, sufrieron este castigo. Su alcance parece ser un par de enclenques motochorros y carteristas lo suficientemente idiotas como para salir solos. 

Eficiencia: Incluso dentro de su limitado alcance, es también problemático saber si se está haciendo lo correcto. No en el sentido de si matar está bien o mal, sino en cuanto a si se está ejecutando a la persona correcta. Los sucesos afectados por las emociones, vertiginosos por definición, nunca son claros ni precisos. ¿Con qué bases nos metemos en una turba a patear un cuerpo en el suelo? Si las dos mujeres gritaban "Me están robando" ¿cuál es la víctima y cuál la victimaria? ¿Lo viste todo con tanta claridad o confiás en que otro lo vió perfectamente? ¿ y si es un cómplice?

Como metodología está claro que no es una muy buena. Si el fin fuera hacer justicia, no representa una mejora considerable en relación con el sistema judicial de garantías y presunta inocencia vigente. 
La prensa y difusión, los esfuerzos de justificar y azuzar estos brotes sociales, el vigor de su impronta en la conciencia pública tienen una utilidad inmediata como ariete contra el gobierno, pero me interesa más encontrar el fundamento ideológico que le sirve de base, porque creo, busca como fin la administración del miedo y el debilitamiento del Estado.

La administración del Miedo: ningún tema social es más importante que este. El miedo está en la base del control social y constituye su esencia. Pero exige más que unas pocas líneas.
Igualmente, la argumentación de la que se sirven es que debe causárseles a esos otros, que se suponen claramente diferenciables (porque son negros, o pobres o extranjeros) el miedo que provocan. Controlarlos por medio del miedo. Lo mismo asoma también en las declaraciones sobre las rejas y quién debería estar detrás de ellas. 
Expuesto desnudo, es difícil no ver las múltiples deficiencias que posee. Supone que es posible atemorizar a alguien que ha asumido el riesgo absoluto como modo de vida, con buenos padres de familia y estudiantes aplicados que se han pasado la vida rechazando peleas y riesgos. Sin mencionar que, en el mejor de los casos supone la aniquilación del otro, o la propia, en medio de una espiral de violencia creciente.
Simplemente se confirma una necesidad obvia: no se trata de justicia o de violencia, debajo y fuerte está la necesidad de no tener miedo, la necesidad de ser felices. Ninguna otra cosa mantiene esta falacia que aferrarse de cualquier modo a la ilusión de alcanzar un paraíso con un simple par de acciones. Como se ve, la derecha también sueña soluciones mágicas como la Revolución idealizada de la izquierda, que llega para salvarnos a todos.

El debilitamiento del Estado: El Estado, como la máxima entidad de lo público, se resiente con cada área que lo privado reclama para si. En especial cuando son partes que corresponden a lo definitorio mismo del Estado, es decir, el monopolio de la violencia. Privatizar este aspecto, como proponen desde sus justificaciones los discípulos putativos del Tea Party, solo puede conseguir el siempre paradójico efecto de la política neoliberal: usar el Estado para destruirlo.



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